Ella siempre lo había amado. Lo había amado en silencio día tras día, pensando en él unas veces con mucha intensidad, otras, deseando olvidarle...
Desde el primer momento en que sus miradas se cruzaron, su corazón comenzó a ser libre, su voluntad perdió fuerza y sus sueños se abandonaron a él noche tras noche...
Tres largos años esperando que la luna apareciera para tenerlo cerca. Cerca y lejos al mismo tiempo, pues él solo veía una chica más, alguien con quien ser amable y complaciente. Una chica más. . .
Un día, cuando el tenerle había pasado a ser una utopía, él se fijó en ella. Comenzó así una etapa incierta, pues en ella confluían el deseo y el temor a perderle, la felicidad de haber captado su mirada y el sentimiento de inferioridad. . .
Entre ellos surgió una especie de atracción prohibida, él deseaba su cuerpo, ella . . . su corazón. Y poco a poco, las palabras comenzaron a unirles, se conocían, se confesaban sueños, hablaban del momento en que por fin fueran uno. Él la empezaba a ver como algo más que un medio de placer, y ella seguía amándole en silencio, sabiendo que no era su príncipe azul, ni uno de esos chicos a los que entregar tu amor para siempre. . . Pero era él.
Compartieron pasión, sonrisas, secretos, cómplices miradas ocultándose ante el mundo. . . Y ella dejó sus sentimientos a la deriva, desarmando su alma, sintiendo con fuerza, incapaz de pensar en nadie que no fuera él. . . Tenía miedo, se veía empequeñecer a su lado, temía no llenar sus expectativas, quería enamorarle y no era capaz, quería darle todo pero no tenía nada.
El momento en que él la olvidaría para fijarse en otra no tardaría en llegar, pues ella no era suficiente, ella era menos, él era más. Y entonces. . . ¿Qué pasaría? ¿Cómo soportaría la pena de verlo marchar? ¿Cómo olvidaría la sensación de haberlo tenido para después perderlo? ¿Cómo lograría sentirse a la altura la próxima vez?
No hay comentarios:
Publicar un comentario